Por Luis Fernando Jaramillo Arias

La última vez que se habló de ellos fue porque tuvieron un fuerte catarro que los puso a temblar por allá en 1999. La hermana mayor, Armenia se apellidaba Caldas; se divorció de su marido en 1966 y adoptó como apellido el nombre de su hermano menor que nació en ese mismo 66 con augurios de rico, joven y poderoso. A ese nuevo nacido, sus papás lo bautizaron con el nombre de un tatarabuelo perdido en la memoria, solo recordado por dos botánicos europeos que clasificaron una espigada palma que encontraron en un solar vecino con el estrambótico nombre de Ceroxylon Quindiuense en recuerdo de ese tatarabuelo.

Los primeros años de su vida común fueron felices. Eran tenidos en cuenta por los vecinos y en la casa patronal que está construida allá en un frío paraje muy lejos de aquí. El producto de su trabajo, unas pepitas rojas de perfumado aroma se convierten en una bebida mágica que fascina tanto a sus hijos como a los hijos de bellas señoras, la joven Libertad y la vieja Europa, una princesa venida a menos pero todavía con grandes encantos. Fue la época de oro de los dos hermanos, pequeños en estatura pero de voz poderosa.

Decía mi suegra que los jóvenes hacen todo lo posible por relacionarse mal y si no lo logran se relacionan bien. Por allá en entre los 70 y los 80 la hermana mayor consiguió un amigo de apellido Lehder que llenó de podredumbre los corredores de las casas del vecindario. El hermano menor apareció con un amigote a quien apellidaban Carriel, sembrador de una matica que produce tahúres y mafiosos. En los solares de los alrededores proliferaron los retoños de esas malezas.Los hermanos de la historia tienen dos primas que anteriormente también llevaban el apellido Caldas. La mayor, una señora alta y delgada, se viste con piedra Maní y se adorna con un ropaje blanco nieve; la menor una morena trasnochadora y coqueta. Ambas han logrado unos niveles de vida extraordinarios gracias a sus laboriosos hijos. Sin embargo, como en todas las familias, han producido ovejas negras como una de apellido Gallo y otra de apellido Castaño que se vino a instalar a nuestros lares untando con sus heces varios de los hijos de la sufrida Armenia y del conforme Quindío.

Más de tres décadas de docilidad doblegada en las alhacenas de las casas de los hermanos Quindío y Armenia han permitido la reproducción de ratones que no se sacian y que se tragan todo teniendo el cuidado de dejar unos mendrugos para avasallar a muchos de los hijos de los dos hermanos, que ahora se contentan con contraticos de tres meses, con dádivas miserables, con un precio por un voto, con un colchón, con una teja, con un bulto de cemento.

La prima morena y algunos de los hijos tanto de la hermana de nuestro relato como de la vestida de Maní se inventaron un nombre nuevo para disimular su apellido anterior. Ahora se denominan Eje Cafetero y la morena, más rápida y avispada se apropió del mote “capital del eje”

Hace días que ya no se les ve. Muchas instituciones han desplazado sus centros de operaciones hacia la nueva capital; los visitantes ilustres chulean sus visitas a los hermanos con el comentario “fuimos al eje” y hasta en los llamados diálogos vinculantes del actual gobierno las sesiones se van a adelantar en las casas de las dos primas cercanas.

Una larga fila de tahures, chanceros mafiosos, ladrones y ratones negociantes de votos han desaparecido los hermanos Quindío y Armenia de la visibilidad nacional. ¿Qué tendremos que hacer para que vuelvan a aparecer los dos hermanos perdidos?

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