Por: Gonzalo Quiñones V.

Soy consciente del énfasis y de la identidad taurina de la Feria de Manizales. Hemos disfrutado y vivido todos sus actos, que compilan con razonable misterio, múltiples atractivos de alto nivel cultural, fiestero, trova, caballos, tango, desfiles señoriales. Loor a las alturas nevadas que contrastan con la belleza simple y humana de las reinas del continente. Artistas de todos los estilos, pero conectados con el pueblo. Muestras artesanales que imprimen la capacidad y calidad espiritual de sus protagonistas. Ventas de sol y de sombra, para los  ávidos consumidores de toda clase de combustibles, eso sí, muy cercanos a la obesidad y al deleite goloso de  los dulces. Carretas del Rocío que trasladan las calles españolas a las vías limpias de nuestra Capital de las Ferias en América. Y, desde luego, la más honda y cálida expresión de fe y recogimiento, en medio de la alegría y los atuendos propios de las personas que dan rienda suelta a este encuentro heterogéneo y universal de la integración, como lo es la Procesión de la Virgen de la Macarena, protectora insigne de los toreros y sus respectivas cuadrillas. También, de toda persona creyente que viene a nosotros con un religioso cumplimiento que sorprende a propios y visitantes.

Nuestra Feria es toda una tarjeta de presentación inicial de cada año que merece una identidad eminentemente social y acogimiento de los esfuerzos casi sobrehumanos que adelantamos hoy en procura de la convivencia nacional.  Llamémosla la Feria de Manizales del 2015 como la Gran Feria de la Paz.  Espero la multiplicación de esta idea  suelta con mucho afecto manizaleño. 

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