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Por: Alberto Luis Gálvez Mejía

Dedicado a los quindianos ausentes

Hace un tiempo, como todo en ese estadio pretérito de años trascurridos que hoy día contemplamos a veces con asombro, otras con congoja y la mayoría de ocasiones con el beneplácito de etapas agotadas y sueños realizados, mientras residía en esa gran manzana norteamericana de oficios varios, a veces degradantes, luces incandescentes de neón, grandes avenidas, atafago vehicular, arte real e inconcluso, heroinómanos patéticos en las estaciones del metro, músicos esparcidos con su eterna sinfonía en el Central Park, el glamour en las vitrinas de la Quinta avenida y los joyeros judíos con la tradición esculpida en sus rostros en los alrededores del Times Square, discriminación disfrazada de democracia  y felicidad radicada en la tierra propia y lejana, hablando con un amigo siciliano, no sé si afiliado a la cosa nostra, me preguntaba por una palabra que había escuchado de alguien: ¡¡¡SANCOCHO!!!

Valiéndome de mi español más rustico y sin el gracejo idiomático de nuestros modismos ancestrales y la elegancia comprobada de nuestra pronunciación, traté de explicarle que además de los ingredientes típicos de mi tierra, como el plátano, la yuca, la papa, cebolla, tomate y cualquier corte de carne jugosa para darle sustancia, todo finamente rociado de cilantro y remojado con todo tipo de bebidas, le explicaba que también era amistad, amor, fraternidad, besos, abrazos, compartir bulliciosamente con el vecino, con los amigos y con el que llegue; es probar aquí, probar allá.

Es parranda, es rumba, es navidad, es semana santa y carnaval, es playa, aguardiente, ron, música, gritos, abrazos, amigas,  raticos, momentos, años que componen la felicidad integral del colombiano, pero en contraste es velorio y acompañamiento en la tristeza

Es sol, llano, montañas y laderas. Es manantial y río al carbón. Es tambor y pescado, carne y verduras, es ricura, es familia…es pasión, y últimamente artificio politiquero para cautivar electores.

Es tertulia familiar preñada de nostalgias y recuerdos plácidos, es lágrimas que se entremezclan con el caldo ante la añoranza de los ausentes; vivos o muertos.

Es la sazón de la madre, de la esposa, la concubina y en su defecto de la cocinera que mejor lo prepare.

Es el intercambio casi mercantil de las presas del pollo o gallina que no le apetecen al comensal de turno, casi siempre relegadas para el perro y el gato; el cuero grasoso, con colesterol dicen ahora,  las patas o el pescuezo.

Que difícil explicar las cosas sencillas de nuestra cotidianidad cuando se está lejos, que duro es traducir el sentimiento, que triste es luchar con la absorción de otra cultura, de otros iconos (Mc donald, Tim Hortons, Burguer, Disney, etc.). Que dolor sentir que se pierde nuestro idioma, nuestro acento, como perdemos de vista nuestros paisajes, que amargo es mirar a lo lejos y no ver sino recuerdos, como ocultarlo, como vivir sin los viejos amigos, sin esas patotas de compañeros, socios generacionales, cómplices de los primeros amores y las exageraciones de la lívido frustrada, de risas hilarantes y carcajadas sin sordina.

Que pesar de los ausentes, donde quiera que se encuentren, diseminados por el mundo en aras de un progreso que acá quizás les guardando; hermanos, primos, amigos, conocidos, tragas perdidas que se pierden del calor de hogar, de las comparsas familiares y las burlas por situaciones aun sin superar, hablando todos al tiempo sin pausas y a borbotones, pero sobre todo que no disfrutan de un buen SANCOCHO.

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