campesinos-colombianos

Por: Gonzalo Quiñones V.

El titular de la presente nota, está concebido en lenguaje figurado, al conocer el alarmante porcentaje del 44 por ciento de los campesinos que están ubicados en el rango de pobreza en extremo. Esto desde el punto familiar, y comunitario, al que hay que unirle el hecho de que estamos todavía en pleno siglo XXI a expensas del machete y el azadón, como los recursos técnicos de avanzada para laborar en el campo, por parte del productor. Qué pena. Y otro punto muy triste, el campo ya no atrae; no gusta; dejó de ser el emporio de la integración y la laboriosidad. ¡El campo colombiano ha perdido su encanto! Y el directo responsable es el propio gobierno, el de hoy, y muchos presidentes históricos. Se admite que en todos los puntos cardinales el campo, como fuente de producción, sigue siendo la cenicienta para los dirigentes. Estamos aún muy lejos de ver una verdadera atención, dimensión, respeto y consideración de la tierra productiva; que es extensa, llena de posibilidades y de esperanza para todos. Un campo bien atendido por el Estado y su ministerio de agricultura, en todas sus dimensiones, será siempre un emporio de paz. Cada familia y productor campesino, nos proporciona el pan comer. El campo es la despensa sagrada de la alimentación de cada uno de nosotros. Reclama mayor interés y más apoyo, máxime ahora que estamos, por lo menos, escuchando voces sobre el posconflicto, consecuencia de las que se vislumbra desde la Habana sobre el proceso de paz. Debemos concebir que el campo sea el escenario ideal, para sembrar, y cultivar la paz anhelada. El campo hay que convertirlo en un gran foco de exportación en variados renglones. El campo necesita de todos. El campo también siente el flagelo del abandono, la desolación, de la explotación incontrolada. El campo está herido de muerte. Por eso implora a cada hombre y mujer campesinos, que por favor no lo abandonen. En su silencio perpetuo, grita, llama, reclama que no lo abandonen. El campo, ícono nacional.

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