columna cesar montoyaEs caprichoso y sorpresivo el mundo de la política. Lo que hoy es, mañana desaparece. El enemigo que nos acosa,  resulta ser, de pronto, el mejor  aliado, solidario con  nuestro destino. Alberto Lleras, inolvidable expresidente, fue un áspero adversario de Laureano Gómez. Sin embargo los dos le dieron un nuevo molde al país con el Frente Nacional. Carlos Lleras en rabioso sectarismo, le prohibió a los liberales dar el saludo a quienes militaran en el Partido Conservador.
Tiempo después, votamos por él para la presidencia. Luego de un  cuatrienio en la Casa de Bolívar, quiso retomar el poder por cuatro años más. El liberalismo, en dramática convención, le engavetó esa aspiración. Guillermo León Valencia fue un excelente mandatario de Colombia. Como a Uribe, lo picó la tentación de  hacerse elegir senador por su departamento del Cauca. Mario S Vivas, un culebrero manzanillo, lo derrotó. Manizales fue un invernadero fecundo para el Mariscal Álzate. Con Silvio Villegas crearon El Nacionalismo, un nuevo partido. Los camanduleros  de Manizales les dio una ejemplar zurra que los dejó tendidos en el campo. Este prefacio aterriza en Arturo Yepes Álzate.

Pocos políticos en Caldas  como él.  Su temperamento intrépido busca el riesgo, las radicalizaciones insulares, con el aire hirsuto del espadachín. Sus desplazamientos  crean polémicas que él acepta y querella. Tiene cresta de gallo fino.  Hundido de pronto en tremedales, sacude los lodos que los demás le lanzan para resurgir con la alegría de un vikingo vigoroso. Es dialéctico, atropellador,dueño de una fogosidad insólita; sabe programar  su destino. Nunca naufraga en el torbellino de la política. Su condición de intelectual le es suficiente para entender lo frágil de las lealtades, que lo incitan, sin cansancio, para formular nuevas estrategias en ese ejercicio diario que lo mantiene inmunizado contra las derrotas.

La vida no le ha sido fácil. Es caprichoso el zodíaco suyo, que a veces demarca el sendero de las estrellas por espacios siderales  adversos. Ha sido un titán para enfrentarse a los contratiempos  y cuando se ha anunciado su naufragio reaparece su bajel con ritmo triunfal.  Tiene experiencia  para sortear los remolinos, para encontrar el estuario tranquilo de las aguas que se aquietan después de las precipitaciones torrentosas|.

Tiene un cerebro apertrechado de conocimientos. Como intelectual domina lo que es el Estado en toda su dimensión conceptual. Es un arquitecto que asimiló la concepción de Montesquieu sobre la separación de los poderes, sus relaciones entre sí, y toda  esa entelequia que facilita el manejo de los pueblos. En el campo de la cultura, el Estado como ente superior es su devoción secreta. Oirlo, entenderlo, asimilarlo, es un placer de gratas verificaciones. Cuando quiere llegar a la audiencia, cobra maestría  profesoral para infiltrar en los cerebros sus mensajes. Siendo un orador cabal, prefiere la cátedra para enrutar a sus alumnos que somos todos, en el manejo de los temas profundos que tienen que ver con las afujías sociales.

Es perseverante, tenaz, obsesivo, con una dinámica temperamental que le impide derrochar el tiempo. Es celoso del reloj que le fija espacios cortos para cumplir sus compromisos. Parece un militar. Le madruga a la aurora y cuando febo asoma su rostro por los balcones del  oriente, Arturo presenta un balance de gestas ya cumplidas. Aguantar sus disciplinas es la primera condición para los acoplamientos con su temperamento dinámico. El es así.

Quiso llegar ¡y llegó! En la misma noche de su juramento como Senador de la República, intervino con  sabiduría en un  debate sobre la salud. Demostró que no es un primerizo en el conocimiento de los dolencias del país.  Arturo Yepes, si quiere, puede ser el Jorge Enrique Robledo del conservatismo.

César Montoya Ocampo

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