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Por: César Montoya Ocampo

Vivimos con el acíbar de los asombros. Cada día nos proporcionan perplejidades que nos dejan lelos. La corrupción llegó al tope y nos estamos acostumbrando a nadar en sucios charcos de lodo.  La moral se desquició para convivir, unos con otros, en un fétido corral de bandidos. Nos parecen normales  los correteos de los impuros. La justicia se bastardeó.
Siempre habrá un vulgo ignorante que juzga apriorísticamente y otro segmento de opinión, con interés en las sentencias, que motejará de prevaricadores a los jueces  cuando, con sus providencias, afectan  intereses particulares. Para esos tales “el magistrado se vendió”, “el abogado de la contraparte es un corrupto”, ”los testigos fueron comprados”, “soy víctima de una justicia que me persigue”.

Esa es la dialéctica de los perdedores.  Es soberbio y tronante quien es acorralado contra los cordeles y más si éste se autoconsidera como intocable. Esos desafíos los enfrentan los jueces que taponan sus oídos para los halagos y los cierran  para los agravios. ¿Corderos negros? Muchos Alejandros Vl  han llenado de estiércol el santuario de Dios y curas pederastas de torcida conciencia han empañetado de ludibrio la catedral de nuestra fe. Pero es eterna la Iglesia y sobrevive a los huracanes que pretenden tambalearla. Lo mismo la justicia. Desfilan nombres insulares que han convertido en mercado de baratijas el templo de la ley. Pero  ¿la magistratura y sus  decisiones? ¡ Son un acantilado de piedra irrompible! De nada valen los graznidos, ni la obsesión de ser víctimas, ni los fieros alegatos de los corruptos condenados. El poderío  militar de la nación, los ejércitos que se desplazan por valles y colinas, el metal que ruge por los aires,  las corvas naves con sus artillerías bélicas, todo ese arsenal viviente se desplaza para respaldar el poder inerme de los jueces.

Estas reflexiones surgen de la Gidispolítica. El domingo último, El Tiempo publicó  un reportaje con la exparlamentaria que fue crucificada en un madero de ignominia. Las siguientes palabras suyas son conmovedoras : “No solamente el expresidente Uribe; los dos  ministros, Sabas y Palacio, han dicho que soy una mentirosa compulsiva y una delincuente. En el DAS me hicieron siete  montajes: uno por guerrillera, otro por paramilitar, otro por secuestradora de un señor en Barrancabermeja, otro por secuestradora  del padre de mi hija, que fue un episodio muy doloroso en la vida de nuestra familia….No se olvide que por todos esos montajes un juez me condenó  a 32 años de prisión siendo yo inocente”. Para quien  penetre en los meandros de estos episodios aflictivos, quien se deslice por la urdimbre indiciaria, encontrará  a un Presidente culpable, como Pilatos lavándose las manos, a unos ministros fabricando emboscadas para obtener por caminos dolosos y sobre los  cadáveres morales  de Teodolindo Avendaño y Yidis Medina, el reconocimiento de una inocencia espúrea.

¿ Qué otra cosa podría esperarse de quienes planearon y ejecutaron las chuzadas, que, como criminales redomados, introdujeron en la Corte, subrepticiamente y de noche,  grabadoras para  saber  qué se debatía, que ejercieron con persistencia inaudita el espionaje y que se pasearon, con premeditada perversidad, por entre los espacios blancos del Código Penal?

¿Qué de un expresidente tramposo que busca exacerbar  la sensibilidad de los compatriotas ante la horrorosa matanza de unos soldados, reproduciendo  con dañina intención la imagen de un recluta llorando en las calles de Bagdad, ciudad a distancia sideral de Colombia?

¿ Qué de una campaña presidencial  que nombra como director espiritual, (escúchese bien: ¡di-rec-tor es-pi-ri-tual!) a un sujeto condenado por el Consejo de Estado, ahora escondido más allá de las fronteras,  huyéndole a los fiscales que lo persiguen ?

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