manuelgomezPor: Manuel Gómez Sabogal

Un amigo es un tesoro vivo. Un regalo que la vida nos hace y muchas veces no sabemos agradecer o, ni siquiera reconocer. La amistad se siente y se percibe más allá de la presencia física. Es una compañía silenciosa que se recuesta en el alma y duerme con uno.

El buen amigo es una posibilidad disponible y siempre lista, que no pregunta demasiado.

La amistad es un cúmulo de secretos sin tapujos ni vergüenza que nos permite desnudar hasta el último jirón de nuestro ser, en la más absoluta confianza. Un amigo de verdad pocas veces hace daño y si se le va la mano, da la cara. Al compañero de andanzas no se le deja en la calle, ni se le acusa, ni se le señala. Se le aconseja, pero con cuidado. Se cuida y se respeta.

Compañeros de cabecera, de angustias incomprendidas, de noches trasnochadas, de primeras borracheras y domingos de misa. Crecimos colectivamente. Juntos nos enredamos en la moda, en la vida, en las tardes soleadas de aburrimiento. Juntos fuimos y vinimos. Juntos descubrimos la vida y el asombro de una juventud que nadie entendía.

No elegimos los amigos, simplemente, damos con ellos. Tropezamos con la coincidencia de una persona que se nos parece. Como una genéticas desconocida, una alianza sin parentesco tiene lugar.

Si has descuidado a tus amigos o los tienes olvidados, desempólvalos. Una llamada basta. Abre el viejo álbum y activa la memoria afectiva. Te sorprenderá cuántos recuerdos aún perduran. No dudes, llámalos. Les alegrará que aparezcas de repente con los mismos chistes, una nueva panza y la misma risa de siempre.

La amistad sincera no es un cuento cursi. Existe y palpita en cada consciencia humana como una forma limpia y honesta de querer a alguien por lo que realmente es.

Mis amigos valen la pena. Pero no porque me quieran, sino porque realmente, valen la pena. Su amistad me enorgullece. No sé qué haría con la mala suerte de no tenerlos rondando mi soledad.

 

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Por EL EJE