122Por: Alberto Luis Gálvez Mejía 

En días anteriores a las elecciones del 9 de marzo, fui objeto en una de las redes sociales, de una forma de discriminación por razones de mi edad, pero discriminación al fin y al cabo como la que padecen los grupos minoritarios, únicamente por expresar abiertamente mis puntos de vista sobre el acontecer político regional, respecto al cual vistos los resultados, me conceden un amplio margen de certeza; y seguramente no compartir muchos de mis planteamientos, exhibidos abiertamente y sin culillo, con los nombres y apellidos que me identifican, llegando hasta la ofensa personal para tildarme de fósil, como si fuera extraído de rocas sedimentarias, sabrán ellos a que me refiero?; decrépito y otra serie de adjetivos que la verdad antes de producirme indignación, suscitaron una gran preocupación por la escases de argumentos de sus autores y la mediocridad de sus comentarios.

No voy a ponerme en el mismo lugar de la serie de desadaptados que brillan con luz propia en el marco de la imbecilidad infamante que relampaguea en las redes sociales, ellos saben a quienes me dirijo, quienes, obtusos en su concepción del mundo que los rodea, y lejos de poseer la lucidez que me caracteriza, pretendieron descalificarme y hacer mella en mi estructura mental, utilizando como único libreto, el que haya visto pasar muchos años por el puente de la historia, que no inactivo o desactualizado, situación que en lugar de indignarme me enaltece, puesto que en estos tiempos podría equiparase a una hazaña que seguramente  muchos de los gratuitos detractores no podrán concretar. En últimas,¡¡¡si soy viejo!!!Cronológicamente hablando,  pero muy vital en todas mis funciones, léase bien, en todas, físicas, orgánicas y mentales y gracias a todos los dioses, por mi condición politeísta, hasta ahora, amén del deterioro propio de la edad, no me carcomen enfermedades nefastas como el resentimiento, la pereza y la ineptitud.

Para mí, criterio con el que se identifican muchos de los de mi generación y aún posteriores, constituye un regalo haber  arribado a los 60 años. Esta es la etapa de la vida que ha sido reservada a pocos afortunados que logramos vencer hasta este momento la muerte y las enfermedades. Bienaventurados también, porque si bien hemos perdido a familiares y amigos que quedaron en estaciones anteriores, logramos llegar a la edad que otros no pudieron, pues cada día es una ocasión más que especial para vivir mejor y saber adaptarnos con claridad de pensamientos y la cosecha recogida.

Según estudios científicos, una actitud positiva permite una vida más larga. No empero la longevidad,  me he trazado un plan auténtico, alegre y optimista para que los años no me derrumben y pueda continuar disfrutando cada fulgor de existencia. El tren continúa su camino hasta que me toque bajar y seguro que descenderé con la satisfacción de una vida plena consumida hasta agotar sus etapas. Por eso decidí vivir cada día como si fuera el último, sin pensar que me estoy poniendo viejo, circunstancia que aprovecho, antes que vivir sometido a los apostrofes de una sociedad limitante y excluyente, para visibilizarme ante el entorno con entereza y reciedumbre.

Cierto que con la edad el cerebro envejece, el sistema nervioso sufre múltiples cambios que afectan a todos los niveles funcionales en mayor o menor grado, que existe quizás una pérdida en el número de neuronas y la red de intercomunicación se desgasta pero sigue conectada, sumando vivencias y experimentando nuevos escenarios y percepciones,  como en mi caso.

El cambio no es global, sino específico; no es súbito, sino pausado y progresivo, y no es igual para todos. Así que a los de mi edad, gócense la vida, disfruten cada amanecer y cada anochecer; la lluvia, el sol, lean, rían, llénense de música, continúen apreciando la belleza en todas sus dimensiones, produzcan de acuerdo a sus aficiones; coman y beban lo que les gusta y actúen como quieran, hagan el amor y profundicen en sus relaciones familiares e interpersonales. Ese es el verdadero contendido de  la existencia.

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