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Por: Gonzalo Quiñones V. Estudiante CECAM.

Desde un conjunto llamado girasoles en Medellín, el Señor de la Vida brinda la feliz ocasión de  contemplar una partecita de la “majestuosidad de la naturaleza, donde suena fuerte el eco de Dios”. No queda duda de su presencia en la madre tierra. Es quizás ese PUNTO AZUL del universo desde donde giramos a 1.675 kilómetros por hora, que nos permite estar quietos, pero que si se presentara un FRENAZO de la tierra saldríamos volando y nos haríamos polvo en milésimas de segundo, según los estudios de la astrología, como ciencia seria, cosida al medio ambiente.

El dato no es apocalíptico, ni trágico, ni para asustarnos, o salir corriendo, no. Es para detenernos por unos instantes en pensar y reflexionar sobre la grandeza del universo; su misterio y el respeto que reclama, como la madre tierra, por parte de cada uno de nosotros, especialmente por quienes pregonamos esa orden sagrada de nuestro creador HÁGASE y vio que era bueno, y así se hizo.

Muchas cosas más profundas, pero revestidas con la inspiración del Espíritu Santo, sobre el tema, impulsaron al Papa Francisco a concebir la encíclica del Medio Ambiente, de la que solo se conocen los primeros planteamientos,  y que en esta osada reflexión, queremos constituirnos en multiplicadores de su contenido, porque el cambio climático dejó de ser un tema solo científico, y hoy por hoy, es un tema profundamente moral y ético que debemos asumir y estar atentos. El recalentamiento meteórico de la tierra está dejando una estela de tragedia, dolor, muerte y desolación, casi sin medida en muchísimas parte del mundo. Y este fenómeno no es accidental, solamente, es provocado por el hombre que ha talado grandes extensiones de bosques, con fines estrictamente comerciales; ha envenenado las fuentes naturales de los ríos; comete todo tipo de abusos con los bienes y servicios que le prodiga generosamente la tierra en la que vive y se desarrolla. Es decir, somos culpables directos y esto hay que admitirlo con franqueza y templanza espiritual. Nos estamos autodestruyendo sin contemplaciones. Así de sencillo, tanto, que afecta la vida, la subsistencia y los derechos de todos, especialmente de los pobres, de los marginados y de las comunidades más vulnerables ubicadas casi siempre en puntos de la tierra, donde por desgracia, no llega una “mano amiga” de los denominados dirigentes de la sociedad.

Acojamos en la medida de nuestras capacidades el texto y contexto de la primera encíclica del Papa Francisco sobre el Medio Ambiente, como un aporte formador y una exhortación a la salvación de nuestra Madre Tierra, de tal manera que sembremos al menos un nuevo campo de esperanza para  cada hermano, cada familia y cada sociedad del presente siglo.

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