Por: Gonzalo Quiñones V. Estudiante CECAM

Por aquellos impulsos que se sienten en los caminos de la conversión y que cobijan a creyentes o no  creyentes, el contenido de los documentos del Vaticano II, están llenos de mensajes de esperanza, que vale la pena destacar como la Constitución Pastoral, sobre la Iglesia en el mundo actual –GAUDIUM ET SPES – que se dirige no solo a los hijos  católicos y a cuantos invocan a Cristo, sino a todas las personas que integran la “gran familia humana”.  Se rescata la importancia y trascendencia del hombre y la mujer en el concierto de la cristiandad, con sus potencialidades y debilidades; dolores y contratiempos; angustias existenciales y deseos de no seguir; las disfuncionalidades familiares tan comunes hoy, para convocarlos luego y sin imposiciones a la superación y a la revaloración y rescate de la DIGNIDAD HUMANA, así con mayúsculas, para que quede grabada en cada corazón de cada uno de nosotros.

Invoca con sutileza, pero al mismo tiempo con profundidad y plena confianza en el Señor de la vida, una Unión íntima con la familia humana universal así:

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay tan verdaderamente humano, que no  encuentre eco en su corazón. En complemento, el documento eclesial señala: la comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar  hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla y compartirla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.

Y desde Ya, necesitamos más que nunca ser SOLIDARIOS, con cada hermano que se cruza en el camino de la vida y desde luego mirarlo con respeto, con alegría, con el deseo de servirlo, animarlo y levantarlo, pero, al hombre-hermano todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad. Así lo proclama la Constitución Pastoral.

Queda consignado este sentimiento, esta visión y esta convocatoria humana de nuestra Iglesia, que no la asiste, o la compaña ambición terrena alguna, ya que solo desea, continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de  la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.

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